Texto – Albert Roca. Fotografías- Santi Martínez Sancho. Entrevista realizada en Cafeteria Carretas 14.
Carlos Tristancho es una persona feliz como una perdiz. Se ha levantado muchas veces y también se ha caído. Ha amado mucho, ha interpretado diferentes papeles cinematográficos y siempre con la conciencia tranquila. Le gustaría ser eterno pero mientras tanto en este mundo efímero quiere escribir nuevos capítulos y las esperadas memorias, que tantas veces le han pedido diferentes editoriales.

¿Con todo lo que has vivido has pensado en escribir tus memorias?
Las editoriales me lo han pedido unas cuantas veces, pero hasta ahora no he querido. Y ahora ya sí, porque yo siempre he sido un buen narrador de historias, pero no era escritor. Escribir es otra historia. Pero ahora llevo tanto tiempo escribiendo, viviendo en el campo, que puede ser el momento.
Considero que la biografía de un hombre es incompleta si nada más que cuenta lo vivido. Tiene que contar también lo soñado y lo deseado, porque quizás eso tenga más que ver con ese hombre. Lo vivido es lo que te toca vivir, pero lo soñado y lo deseado es tu esencia. Entonces hay mucho que escribir.
¿Muchas de las cosas que has hecho las has deseado?
Totalmente, yo diría que el porcentaje más elevado de las cosas que he deseado las he hecho. Soy un hedonista natural, con una cultura del placer que creo que tiene muy poca gente. Yo no me creo la realidad que nos venden. La realidad de un hombre no es pagar el recibo de la luz todos los meses y la hipoteca. La realidad de un hombre es lo que sueña, lo que siente, lo que desea. Solo tenemos una vida y hay que vivirla, La vida es para vivirla, como su propio nombre indica.

Pero teniendo esa situación económica, decides irte a una comuna, ¿no?
Sí, claro. Hay generaciones ahora que han heredado la libertad sexual y la libertad de expresión, Pero en nuestras épocas no existían. Tuvimos que conquistarlas. Y allí, en esa comuna de Formentera, al menos una de las dos había. Fue una de las etapas más felices que has tenido.
¿Eres una persona feliz?
Yo he sido un hombre feliz siempre. Yo me he despertado contento todos los días de mi vida. incluso en medio de las tragedias. No me quejo de la vida, al contrario, y claro que tuve una infancia feliz y una adolescencia muy feliz, pero la madurez tampoco está mal.

¿Cómo te llegó el amor a la interpretación?
Pues me cogió precisamente por ese amor a la vida, porque todo el mundo desde que nace está condenado a ser toda su vida Pepe Hernández, Juan López o lo que sea. Pero si eres actor, te permite vivir muchas vidas. Y a mí eso me apasionaba.
¿Cómo era Pedro Almodóvar que te dirigió en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón?
Era el que acababa de salir del mundo de los cortometrajes. Yo recuerdo que había un local en la calle Pizarro, que se llamaba La Aurora, que era de Javier Estrella, donde actuaban ingente cantidad de showmans. Yo he visto a Pepe Rubianes, a Wyoming, al Brujo, cuando estaban prácticamente empezando. Y ahí Almodóvar proyectaba sus películas de Super 8 y se ponía al lado de la cámara y iba haciendo las voces de los personajes.

¿Viste entonces que podía ser un director especial?
Cuando haces las cosas con tanta pasión, si no eres especial, te vuelves especial. Porque marca una gran diferencia con la gente que hace las cosas por protocolo, por obligación, siempre hay ahí un pellizco más. Lo que llaman en el flamenco el duende.
Una película recordada tuya fue La Quinta del Porro
Fue muy curioso. Se había hecho una cooperativa donde estaban Francesc Bellmunt, y más gente. Habían hecho una primera película, La orgía, y recuerdo estar en La Rambla una noche, y en esa época ya estaba con Assumpta Serna, y Bellmunt se puso a repartir papeles para la siguiente película, y yo era el único charnego que había allí. Me dio un papel de un albañil, y yo, sin embargo, veía que faltaba en el guion un papel que era incipiente en la sociedad española, que era el macarra, el kinki, que no estaba. Y llegó el día de rodaje, donde nada más tenía una frase en toda la película. El día anterior me fui a la Barceloneta, me compré una navaja de esas automáticas que le das al botón y en vez de salir una navaja sale un peine, unas gafas estas de espejo de color azul con unas estrellas doradas, y cuando llegó el momento de mi frase, que habían castigado injustamente a un soldado y los demás se solidarizaban y pedían que los apuntaran a ellos también. Entonces, yo ahí, muy macarra, dije “a mí también, pero no te acostumbres”. Empecé a soltar un rollo y veía a Bellmunt que decía “sigue, sigue…” y a partir de ahí, de manera absolutamente improvisada surgió un personaje que entraba y salía cuando le daba la gana, que era el kinki. Ya en la secuela, La batalla del Porro, donde entró Victoria Abril, me dieron un rol más protagonista.
¿Qué recuerdos tienes de La vaquilla?
Recuerdo cuando fuimos a ver a Berlanga, Assumpta Serna y yo, recién aterrizados aquí en Madrid. Le pedimos trabajo y nos dijo “lo tenéis un poco difícil porque a mí me gusta trabajar con personajes con más arquetipos y vosotros sois demasiado guapos” –era una época que éramos dos bombones-. He hecho dos veces de torero en el cine, y las dos han sido con Berlanga, en La vaquilla y en La vida de Blasco Ibáñez.

Hablando de tu vida personal. ¿Cómo se supera la muerte de una hija?
No se supera directamente, ya que es una situación contra natura y a quien golpeó realmente la muerte de Bimba fue a su madre y sus hermanas. A Bimba la conozco con nueve años. Aunque siempre entiendo que la maternidad es un hecho biológico indiscutible, pero la paternidad se ejerce.
¿Y qué has transmitido a tus hijas?
He transmitido lo mismo que nos transmitió mi padre a nosotros, que es una herencia que no te puede robar nadie, no te la puedes meter en vena, no la puedes perder, que es la cultura. Eso es lo que le he dado a mis hijas, y creo que están perfectamente capacitadas para vivir donde quieran, como quieran y cuando quieran. A una de mis hijas le pones una venda, la sueltas mañana en Australia y pasado mañana, si ella quiere, está trabajando. Y eso es lo más importante,
Si te pudieras definir en pocas palabras. ¿Cómo te definirías?
Soy un superviviente descarado y un vividor también. He vivido intenso, pero uno de los problemas que tengo con la biografía es que para escribirla necesitaría cuatro o cinco vidas más.
¿Hay cosas que no se pueden explicar?
Yo soy un nudista de cuerpo, mente y alma y no tengo nada que ocultar. He vivido cosas muy bestias y muy salvajes, pero no las oculto, me da igual. Siempre he sido bastante impresentable.

Una faceta tuya es la pintura…
En casa todo Dios pinta, escribe, o sea, hemos sido formados en eso. Mi padre era un hombre de una cultura muy extensa, no tampoco tan erudito, pero sí culto.
¿Qué cosas o retos te quedan por hacer?
Muchas cosas. Yo necesito muchas vidas. A mí me preguntaban de pequeño si querría ser inmortal y digo, por supuesto. Verás morir a tu gente querida. y digo, me da igual, yo quiero ser inmortal, porque me gusta la vida, me apasiona la vida. Y, además, soy capaz de disfrutarla.
¿La disfrutas mucho ahora en el campo, dónde vives?
Estoy en el campo, escribo, como cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño, pienso siempre. No necesito más cosas.
Fuiste recientemente a la presentación de Casa Dominguín, de tus hijas y tu exmujer
Es un libro de gastronomía, arte y anécdotas. El libro está dedicado fundamentalmente a las dos abuelas, a mi madre y a Lucía, que nacieron el mismo año, el mismo mes, y que se llevaban cinco días nada más. Y han sido dos mujeres importantes para todas las generaciones que han venido detrás. Mi madre se quedó viuda con 51 años, con 10 hijos. Tiene 10 hijos, 24 nietos, 12 bisnietos y todos los que vienen en camino. Y la adoran todos. Esas dos mujeres han marcado mucho a las generaciones. Son dos matriarcados estas familias.

Siempre has sido un gran admirador de la mujer, en un sentido genérico
Lo más fascinante de la vida ha sido la mujer. La mujer es un ser complejo. Y durante la pandemia, mi hija Jara la pasó conmigo en el campo, porque su cumpleaños es el 13 de marzo. Me pidió permiso para celebrar el cumpleaños en el campo y nos confinaron el 14, con lo cual estaba allí, hubo que suspenderlo todo y pasamos la pandemia los dos juntos. Jara y yo somos muy afines, Y recuerdo que en los desayunos de por la mañana, yo le leía un libro de Grimaud de Larouinière y luego hacíamos tertulia los dos allí, y un día acuñamos la definición de lo que son por naturaleza los hombres y las mujeres. Llegamos a la conclusión, en una definición muy sencilla y muy esquemática, pero muy fehaciente, que la mujer es un ser muy complejo, tremendamente complejo, o fascinantemente complejo, e insoportablemente complicada. Y los hombres somos entrañablemente sencillos e insufriblemente simples. Y es así. Biológicamente somos eso. Luego tú tienes toda la vida para evolucionar y hacerte alguien complejo y sencillo al mismo tiempo, o estúpido.
¿Qué estás escribiendo actualmente?
Es un libro que se titula Las artes efímeras o la ruta de las esencias, una de las cuales es la gastronomía, porque la función esencial de la ingesta es nutrirse. Pero hace mucho tiempo que nosotros no comemos para nutrirnos, si no que por puro placer y debido a eso a partir de gente creativa gente creativa se dieron las condiciones sociales e históricas para que la gastronomía trascendiera a un arte. Y así es, hoy en día hay espacios gastronómicos donde tú no vas a nutrirte, vas a vivir una experiencia única y es la diferencia entre un pintor de brocha gorda y Picasso. El hombre evoluciona en ese sentido. La otra de las artes efímeras es el sexo porque la función esencial del sexo es la de reproducirse, pero el 99% del sexo lo hacemos por puro placer.

¿Si te ofrecieran un papel actualmente lo aceptarías?
La última película que hice fue el 2014. Y si tuviera propuestas me encantaría, ya que me divertiría más que la tensión que le produce profesionalmente a algunos actores. Además, he vivido la interpretación, como te dije al principio, porque me brindaba la oportunidad de ser muchas cosas, de vivir muchas vidas. La elegí para pasármelo bien, como hedonista que soy.
Acaba la frase, la vida es…
… maravillosa y fascinante.

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