Texto – Albert Roca. Fotografías- Santi Martínez Sancho. Entrevista realizada en Cafeteria Carretas 14.
La empatía es uno de los actos más generosos del ser humano, desde el momento que tienes conexión con el otro y sentir sus emociones. Y nada mejor que mostrar esa empatía a través de la felicidad. Actores como Jaime Ordóñez, lo tienen de la mano. Cada intervención suya ya sea en un especial de José Mota, o las películas de Álex de la Iglesia es esperada. Jaime Ordóñez consigue que por pequeño que sea cada personaje llegue al público y hacerle sonreír, sobre todo.

En tu web afirmas que “Siempre me he esforzado por aprovechar todas y cada una de las oportunidades que me han dado”
Somos tantos y tantos que cuando te llega una oportunidad, tienes la obligación, no solo ya por ti, sino incluso por los compañeros que no la tienen. Y luego, un compromiso con la persona que ha confiado en ti, en vez de hacerlo en otras, y, finalmente, con el espectador, que es, al final, el destinatario de tu trabajo. Entonces, siempre me responsabilizo mucho de mi trabajo en el sentido de dar lo mejor, o, como decía mi padre, buscar la excelencia. La excelencia no existe, pero sí debes intentarlo, porque en ese camino es cuando obtienes resultados lo más aproximados.
¿Para llegar más lejos hay que correr riesgos?
Sí, hay que correr riesgos, porque yo siempre digo que prefiero “cagarla” a pasar desapercibido, y, de hecho, cuando me llamaron para hacer “Aquí no hay quien viva”, ese personaje fue una propuesta que hice.
En la acotación del guión que me enviaron ponía que era un experto que explica el funcionamiento de una alarma de una manera mecánica, como si lo hubiera repetido muchas veces. Pero lo de hablar a esa velocidad y que se expresara con esas maneras tan peculiares de mover las manos, fue una propuesta mía.

¿Y es complicado hablar con esa velocidad?
Me lo han preguntado tantas veces…
Todo es complicado al final, pero con esfuerzo, disciplina y constancia consigues metas. Y claro que es complicado. Si no lo fuera, más gente lo habría hecho, pero donde algunos desisten, pues yo continuaba. La clave para hablar con esa velocidad era no pensar en el texto. Pero eso requiere horas y horas de estudio. Es como cuando dices el “Padre Nuestro” de carrerilla. La diferencia es que el rezo lo has escuchado y rezado cientos de veces en tu vida. Y el texto de la serie te llegaba días antes del rodaje. Con suerte, tenía una semana para estudiar.
Aprovechar las oportunidades…
Tienes que aprovechar las oportunidades porque, en mi caso, mi carrera no ha sido nada fácil. No me han llovido las oportunidades, ni nunca he podido elegir. Entonces, siempre he intentado hacer lo mejor que podía con el personaje que me daban. Y eso implica, correr riesgos.

José Mota siempre ha confiado en ti en sus especiales
Él sabe lo que yo le puedo dar. Nos entendemos con una mirada, yo sé lo que él quiere. Y he sido durante centenares de sketches el partenaire “serio”, lo que le llaman en comedia “la pared”, el contrapunto. Es como en el circo, el payaso de la cara blanca y el clown, Y yo era el primero, el que padece todas las locuras que se les ocurrían a los personajes que hacía José Mota.
¿Es complicado seguir su ritmo?
Es tremenda la imaginación que tiene, y además, la velocidad mental. De hecho, muchas veces leemos el guión y a él se le ocurre otra cosa, o da dos vueltas de tuerca al guión, o lo cambia completamente, o cambia el final, o se le ocurren muchísimas cosas durante el propio sketch…
¿Interpretar tantos personajes es un reto para ti?
Hay una particularidad en este tema. Cuando interpretas al mismo personaje durante muchos años, tu imagen pública cala en el espectador. Entonces ya te asocia al personaje y te conviertes en un icono. Sobre todo, si haces televisión, porque el cine vas a ver una película una vez o dos veces, pero una serie de televisión la ves semanalmente, y cuando repites el mismo personaje, ese personaje es el que cala en el subconsciente colectivo. Y en mi caso, por ejemplo, yo solo he tenido un personaje que he repetido, que es el de “Aquí no hay quien viva”, y, de hecho, todavía la gente me recuerda por ello. En cambio, es más difícil que se me recuerde por alguno de los personaje diferentes que he interpretado en los más de 400 sketches que he hecho con José Mota. En ellos he interpretado a Jesús Hermida, a Luis Tosar, Robert de Niro, John Travolta, Kevin Spacey, Charlton Heston, etc… y nunca he repetido. Y luego están los sketches de los personajes anónimos, algunos de los cuales son virales, porque rulan por todos los chats de estos grupos de WhatsApp desde hace años.

¿Y todos estos personajes suponen un gran aprendizaje?
Cuando trabajas con alguien como José Mota, estás aprendiendo constantemente. Estos años han sido un enriquecimiento a nivel formativo, no solamente de su faceta artística, sino de su faceta humana. Es una persona sencilla, exigente, disciplinada, muy profesional y responsable. Siempre con los pies en el suelo. Y muy cercana y cariñosa en el trato. Y es lo que yo he intentado siempre luego ejercer en mi profesión. Lo he tenido como referencia, porque he tenido el privilegio de trabajar con él muchos años.
Otra persona importante en tu trayectoria ha sido Álex de la Iglesia
Hay mucha gente que llega, pero lo difícil es mantenerse. Llegar a trabajar con Alex es un privilegio al alcance de pocos, pero cuando repites tantas veces con él, significa que te has ganado su confianza y no es fácil porque -como yo- es muy exigente. Creo que por eso nos entendemos tan bien. Por eso, y porque compartimos sentido del humor. Él sabe cómo me comprometo. La palabra es compromiso. Sabe que nunca les voy a fallar. Y, al final, cuando un director tiene que elegir a un actor y ya conoce como trabaja, ellos también se sienten cómodos porque saben lo que les puede aportar. Además hay un camino ya recorrido: el de la confianza ya creada entre director-actor.
Un personaje tuyo recordado fue el que hiciste en “Mi gran noche”
Con Álex de la Iglesia quedamos unas cuantas veces, para comer o para cenar. Y yo le decía que era muy fan de Raphael, desde niño. Le recitaba letras de sus canciones o le hacía una imitación. Recuerdo, cuando era un adolescente, de haber cogido un avión para venir a ver el 25 aniversario de Raphael en el Teatro Calderón. Iba a ver sus conciertos. Me ha parecido siempre un cantante con una personalidad arrolladora. Cuando a Álex se le ocurrió hacer esta película, pensó que yo era el actor ideal para interpretar a ese fan obsesionado con Raphael. Me gustó la propuesta ya que además Álex siempre permite hacer aportaciones. Mi momento favorito es cuando interpreto el número musical que da título a la película, imitando -desde el respeto y la admiración- a Raphael.

¿En tu faceta de director qué es lo que quieres ofrecer?
Mi faceta de director es un canto de amor al cine, porque en “El berrido de los silencios” hay más de 60 o 70 referencias cinéfilas, y es que el cine es mi pasión desde que era niño. Y luego, decidí que fuera una comedia de humor surrealista porque me chifla ese tipo de humor y porque -también desde niño- me gusta hacer reír a la gente. Mi primer público fue mi familia. Me encantaba, y me sigue encantando, hacerles reír en las reuniones familiares.
“El berrido de los silencios” es una parodia de películas, donde se reúnen mis dos grandes pasiones: el cine y Málaga.
Al ponerte en la piel del director, ¿ves la responsabilidad que tienen?
La responsabilidad la entiendo mucho más ahora, incluso en mi trabajo como actor. Ahora lo veo desde otra perspectiva. Primero, entiendo la responsabilidad y la presión que tienen, porque al final el director es el máximo responsable de todo, y todos los departamentos van a consultar al director. Es decir, aunque tú tengas jefes de departamento, el jefe de departamento hace una propuesta y le dice, oye, mira, tengo esto pensado. Y luego el director tiene que decir. Todo el mundo va al director. Y luego en mi trabajo como actor, técnicamente, pues he aprendido muchas cosas.

¿Has mejorado como actor al ser director?
Yo creo que sí, porque tengo un punto de vista ahora desde fuera. Me gusta mucho colaborar con todos los departamentos. Entonces, si tienes una cámara aquí y estás hablando con una persona allí, intento favorecer, en la medida de mis posibilidades, al operador de cámara. O si voy a alzar la voz, le digo al de sonido que voy a dar un grito. Y, por otra parte, donde más se aprende, o al menos donde yo más he aprendido de cine, ha sido viendo cine y montando mi propia película. Ahora cuando estoy rodando estoy visualizando el montaje y sé qué planos voy a necesitar.
¿Pero cómo puede ser grabar 40-50 horas y que quede una hora y treinta minutos? ¿Cómo se consigue eso?
Bueno, normalmente por día igual se pueden rodar 4 o 5 horas, o más, las jornadas del cine son de 12 horas.
Bueno, de eso se trata el montaje. De buscar lo mejor para la película y ser muy exigente a la hora de seleccionar el material.
Recientemente te hemos visto en Santuario, de ciencia ficción. ¿Puede funcionar este género en España?
Lo más importante es haber abierto una vía que nadie había abierto en las series de ficción nacional. Fíjate que en su momento alguien empezó a hacer una serie de época que no se hacía en España Y, de pronto, han gustado mucho, y ahora todo el mundo hace series de época. Pues ahora se ha hecho Santuario, y no se sabe si eso va a ser el comienzo de más cosas. Desde luego, a mí me gustaría que hubiera una segunda temporada, pero todo dependerá de cómo haya funcionado.
¿Te gustó este proyecto?
Sí, me gustó porque era completamente distinto. Y luego yo asumía un rol muy ambiguo y misterioso. La verdad es que fueron textos muy difíciles de memorizar, muy, muy difíciles, porque la terminología -básicamente alrededor de la inteligencia artificial- era muy técnica. Y sí, es verdad que ahí el esfuerzo principal fue la labor de memorización para hacerlo tuyo y poder interpretar.

¿Cómo fue rodar con Jimina Sabadú la película “Anatema”?
Está en Prime Video y llevamos en el Top 5 varias semanas. Jimina es una persona muy inteligente que escucha y acepta propuestas. Y eso fue importante para mí porque cuando yo leí el guión me pareció que mi personaje -el Padre Cuiña- podría tener algo más de desarrollo y hablé con ella y le propuse varias ideas. Y la verdad es que ella tuvo la generosidad de escuchar mis propuestas e incorporarlas a la película. Y, por supuesto, le agradezco que confiera en mi para interpretar a ese exorcista.
¿Qué te atrae del proyecto principalmente?
Poder interpretar un personaje que sinceramente siempre me había fascinado y era muy atractivo de interpretar: un exorcista. He visto todas las películas de exorcistas y me fascinan porque para enfrentarse al demonio, tienes que tener una personalidad y una fe muy fuerte. De hecho, cuando se me plantea la posibilidad de poder optar a interpretar a Cuiña, tuve que convencer a Jimina porque ella me veía muy joven para el personaje. Y entonces fue cuando yo le conté la anécdota que Max von Sydow: el actor tenía solo 43 años cuando hizo el padre Merrick, donde aparenta que tiene 75-80. Esa argumentación fue clave para convencerla. Del resto ya se encargó el magnífico equipo de caracterización y maquillaje de la película.
Me gustó tanto el personaje que me encantaría poder hacer una precuela del mismo donde poder desarrollar más la parte suya de exorcista.
¿Y dónde te podemos ver próximadamente, a partir de lo que hemos visto?
Ahora se me puede ver en “Culpa tuya” de Domingo González en Prime Vídeo. También en esta misma plataforma estoy “Anatema” de Jimina Sabadú. En Netflix, estoy en la serie “1992”, dirigida por Álex de la Iglesia, donde interpreto a un ministro del interior. Y también se me puede ver en la serie “Santuario”, dirigida por Rodrigo Ruíz Gallardón, en A3 player. Y, acabo de rodar, en la tercera temporada de “Atasco”, que se emite en Prime Video. Ah, y los viernes participo en “José Mota No News”.

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