Texto – Albert Roca. Fotografías – Santi Martínez Sancho-Luz Soria.
El Teatre Nacional de Catalunya acoge hasta el 24 de noviembre la obra Primera sangre, con autoría y dirección de María Velasco que relata la historia real de una niña secuestrada y asesinada durante los años 90. El caso se sobreseyó sin que se encontrara el culpable y la obra busca, con mucha delicadeza, despertar conciencias y reflexionar sobre algunas realidades próximas a la sociedad actual.

¿El teatro también tiene que agitar conciencias, como sucedía en la Antigua Grecia?
En la génesis del teatro está tocar las grandes heridas del género humano. Como espectadora, siempre me he acercado a las ficciones cuando eran revulsivos, cuando me ayudaban a de alguna manera a confrontarme con mis propias convicciones incluso con mis propios principios. Y creo que siempre la ficción ha tenido ese lugar de movilización. Y concretamente en el teatro me gusta aquel que agita las ideas.
¿Y cuándo se agitan temas tan escabrosos como las desapariciones de niñas, como en esta obra?
Fíjate que ahora hay una ola, que se llama en el audiovisual True Crime, a partir de casos reales, Y, de hecho, también en el audiovisual se ha vuelto a este tipo de violencias, como la serie sobre el caso Alcasser. En el caso de esta obra lo que yo quería era evitar los detalles morbosos, y abrir la caja de Pandora. Los traumas, muchas veces, la memoria tiende a omitirlos, o a depositarlos en zonas oscuras, y es revisitarlos desde un lugar, otro, ya desde un lugar consciente para ver realmente cómo nos afectaron.

¿Por ello es importante obras como la vuestra para recordar lo que sucedió?
Normalmente cuando se habla de los procesos de memoria histórica no se tienen en cuenta las muertas por violencia de género. En un país donde hemos estas leyes de adulterio y tal, ya pasado el franquismo, entonces hay una sombra alargada histórica que ha hecho que estas víctimas también sean víctimas políticas. Y, raramente, cuando se tocan estos temas, habla de teatro político, y para mí en esto se hace también política.
Hay una frase de Walter Benjamin “Si el enemigo vence, ni siquiera las personas muertas descansan en paz”. ¿Qué piensas de ello?
Es un referente para todos los procesos de memoria, el de resucitar a los muertos, que aquí sería resucitar a las muertas. En la obra hay la figura de La bailarina que interpreta a la niña ausente, a la que hacemos presente. Hemos tenido en cuenta no solo la frase de resucitar a las muertas, sino hacer bailar a las muertas. Teníamos la referencia de la danza Butoh, de la danza japonesa, que surge a partir de la bomba atómica y que habla de bailar con una mano tendida a los muertos, de no permitir que mueran definitivamente. Mientras los mantenemos y energéticamente siguen presentes, somos más fuertes. La memoria nos fragiliza, y recordar a veces es doloroso, pero también nos hace más fuertes, nos hace más sabias. El olvido y el oscurantismo siempre tienen que ver con la ignorancia, y a veces con una ignorancia muy deliberada por parte del poder.

¿Es muy importante en la obra toda la escenografía, como si se tratara de un cuento gótico?
La parte plástica y formal, la valoro mucho en las obras. Yo siempre digo que la forma es fondo. y que, muchas veces, también la manera de hacer, éticamente, es una lección estética. La ética es estética y la estética es ética. Y me interesaba mucho. Ahora hay muchas narradoras que me gustan en la literatura, que abordan el terror desde una perspectiva de género. Entonces pensé en la iconografía de terror para las niñas, una educación del miedo, en qué se basa ese miedo, y qué mecanismos utiliza muchas veces el terror. Intentamos hacer, desde la escenografía y las luces, una disección de ese tipo de recursos que se utilizan. Muchas veces, un subgrave en el sonido genera una manipulación emocional, y también un malestar corporal. Yo siempre trabajo en una relación muy estrecha con los diseñadores de sonido, de luz y de la escenografía. Diseccionábamos en qué recursos se basa el miedo y también la construcción de lo espectral y fantasmagórico.

¿Cómo escogiste a los actores María Cerezuela y Francisco Reyes para esta obra? ¿Cómo definirías a sus personajes?
En esta obra Fran hace un viaje muy grande, y es el más importante de todos. Interpreta al un personaje de un policía. El viaje que hace es cuando ve a una víctima que tiene la edad de su hija, con la idea también de que él va a ser abuelo de una niña y de que otras niñas van a venir. Es un viaje de sensibilización, pero que pasa también por una especie de autodestrucción, de destruir lo que era, de sus principios y lo que le hacía caminar erguido y chulescamente. Entonces, hay un proceso doloroso de transformación, y de abrazar una nueva sensibilidad, a partir de mirar a esa víctima también por los ojos de su hija y por los ojos de las niñas que van a vivir.
A Fran lo conocía de verlo actuar en las obras de Ramón y la película de Rodrigo Sorogoyen. Lo que me gustaba de él que con el físico imponente que tiene le presuponía una sensibilidad muy especial. Puede dar esta cosa “un poco de, mírame y no me toques” pero luego también es una persona que tiene una gran capacidad de vulnerabilizarse en la escena.
Y en el caso de María, nosotras no queríamos hacer como si fueran niñas, o interpretar a la niña, sino trabajar más la parte de la niña interior. Para ser un buen actor, un buen intérprete, un buen artista, hay que tener mucho esa capacidad de juegos, esa capacidad lúdica, y estar muy en diálogo con el niño que fuimos. Y María la tiene ampliamente desarrollada. Desde que la conocí en una prueba, vi que no necesitaba impostar una voz, ni impostar una corporalidad para conectarse con la infancia. María tiene espontaneidad, naturalidad, y una cierta ingenuidad también.

¿Cómo te estás encontrando en Barcelona con esta obra en el Teatre Nacional de Catalunya?
Me siento muy a gusto y muy arropada, también, por la programación que está haciendo Carme Portacelli, que me parece que es alguien que utiliza los recursos de la cultura pública para hacer un teatro, que quizá, no tendría cabida en lo privado. Pienso que el teatro público tiene el deber de abrazar lo espinoso, lo que remueva. Y por ello reitero que me siento abrazada por la programación que se hace en este teatro.
¿Qué es dirías a la gente para que vayan a ver esta obra?
Suena a una frase muy vista pero que es una obra en la que no vas a salir igual que cuando entraste a verla. Es una obra que a la gente le genera atracción, también por lo visual, y lo onírico, y que no le puede dejar indiferente.

Deja un comentario